Desde el comienzo de la humanidad, el color constituyó un elemento sumamente significativo, ya que configuró la manera en que se percibe el mundo. En este sentido, las cerámicas arqueológicas halladas en el NOA son bien conocidas por sus formas y colores. En un comunicado de prensa de Conicet NOA Sur, el doctor Guillermo de la Fuente explica cuáles eran los pigmentos empleados y cómo se obtenían. De la Fuente dirige el Proyecto Arqueológico Abaucán Sur del Instituto Regional de Estudios Socio-Culturales (IRES), de la Universidad Nacional de Catamarca.

“Las cerámicas pintadas provienen mayormente de contextos mortuorios o rituales, y en ellos, los colores y los motivos debieron jugar un rol importante en tanto portadores de significados”, dice la licenciada Marina Gala Martínez Carricondo, que integra el equipo, y agrega: “en cuanto a la composición de estas pinturas, es decir, de qué están hechas, la mayoría se hizo con minerales comunes dispersos en el territorio”.

Tonalidades

A partir de esos minerales, los colores más utilizados en las cerámicas prehispánicas son:

• Rojo: en diferentes tonalidades, desde anaranjadas hasta los borravinos. “En la mayoría de los casos, se lograron utilizando un óxido de hierro, llamado hematita, como cromóforo (compuesto químico que causa colores), aunque, en algunas ocasiones, se combinó la hematita con óxidos de manganeso para obtener tonos más oscuros; tal es el caso de los borravinos. En otras oportunidades pintaron sus piezas utilizando arcillas con una tonalidad diferente de la de la vasija”, explica De la Fuente.

• Negro: es otro tono muy frecuente, que en ocasiones se encuentra nítido y en otras, bastante lavado o desleído. “Tal como sucede con los rojos, en la mayoría de los casos los negros se logran usando óxidos de manganeso. Pero en ocasiones fueron realizados a partir de un óxido de hierro negro: la magnetita. Si bien este mineral es abundante en la naturaleza también puede ser creado a partir de la reducción de hematita. También se consiguieron a partir de materiales orgánicos como generadores de color. Por ejemplo, se ha logrado identificar carbón vegetal en el interior de algunas vasijas. También se obtuvieron tonos negros generados con guano de caballo en piezas experimentales. Cada una de estas formas de obtención del color negro tiene características y propiedades únicas, y nos brindan información acerca de los procesos de cocción a los que la pieza fue sometida”, dice Martínez.

• Blanco: se obtuvo a partir del uso de diversos minerales (cal, calcita, yeso, hidroxiapatita, anatasa, gelenita y arcillas blancas), todos abundantes en la naturaleza. “Estos elementos, a excepción de las arcillas blancas, fueron mezclados con arcillas rojas, con lo que generaban una pintura homogénea y fácil de aplicar”, remarca De La Fuente.

• Amarillos y lilas: respecto de estos colores la alfarería del NOA representa un caso único en toda América, destacan los especialistas. “En la alfarería Aguada Portezuelo se registraron tonalidades amarillas y lilas, las primeras fueron conseguidas utilizando un mineral poco común: la tungstita; un óxido de wolframio hidratado, que es actualmente aplicado en la fabricación de elementos armamentísticos y electrónicos (tales como ventanas inteligentes, baterías, sensores, entre otros), y en menor medida en pinturas para botes y también para cerámicas”, cuenta el especialista.

“Respecto de los lilas no se pudo obtener mayor información debido al estado de conservación del material. De acuerdo con datos de alfareros y ceramistas, podemos proponer el uso de óxidos de manganeso, en proporciones y temperaturas altamente controladas, para la generación de estos colores”, añade Martínez.

Como una receta de cocina

“Todas las pinturas tenían arcilla roja como base, y luego se le añadía el mineral colorante en diferentes proporciones para lograr las distintas tonalidades. Una vez mezclados los ingredientes secos se agregaba agua a la preparación, hasta lograr una pintura homogénea, con una consistencia ligera y fácil de aplicar mediante un pincel”, detalla De La Fuente.

“Una vez pintada la vasija, se la dejaba secar y se la cocía en a temperaturas que oscilaban entre los 600°C y los 1000°C. En otros casos, las pinturas se dejaban crudas, pues se aplicaban a las piezas una vez que estas ya estaban cocidas. En este último caso se habla de pinturas post-cocción”.

“La creación de las piezas cerámicas únicas del NOA conllevó un trabajo arduo y muchos conocimientos (un “saber hacer”), no sólo para levantar la pieza, sino también para los procesos de decoración y policromado”, señala De La Fuente.